martes, 15 de enero de 2013

Monologo de una loca



Si me paso de merca, nadie me va a extrañar, eso seguro. Hace días que estoy encerrada acá y nadie me ha llamado, ni un mensaje me han enviado. ¿Cual seria el problema de morir ahora de un infarto agudo de miocardio o quizás un accidente cerebrovascular?
De todas formas, la única razón por la que sigo viva es por papá y ya ni el, se acuerda de mí. Claro, con su nueva esposa y sus rubios nuevos hijos, ya no necesita que adorne sus elegantes fiestas con mi rostro.
Me dejo tirada en este departamento desde que mama murió.
`Pobre niña,’ se dicen entre ellas las viejas de sociedad, pero por dentro solo desean que haga algún escándalo, rompa alguna cosa, me pelee con un camarero y que empiece el show.
‘Alcohólica como el abuelo’, dicen los viejos lobos de la ciudad. Había uno en particular que siempre me llamo la atención, Ulises. Una noche me miro, y me dijo con pena:

-          Tu abuelo era tan infeliz como vos, -
-          ¿Mi abuelo infeliz? ¡si vivía de joda! ¡se la paso de fiesta en fiesta hasta los setenta! ¿que decís?- vocifere agresiva.
-          ¡Mas respeto, el viejo fue un escritor de puta madre. Lavate la boca antes de hablar!- me grito
-          Eso que tiene que ver, además estoy diciendo una verdad.- conteste soberbia.
-          Vos no sabes las maravillas que pueden brotar de la mierda.- dijo apuntándome con el dedo.

Quisiera poder escribir una historia de amor, de aventuras, de sexo, de lo que sea. Pero me pasa que no puedo escribir si soy feliz y tampoco quiero ser una miserable como el.
Y cuando soy feliz, después de mucho tiempo inestable, loca y confundida, me vuelvo a enamorar y con el amor llegan los problemas que el mismo acarrea. La inseguridad, las manías, el inconformismo.
Hago escándalos por el simple hecho de que puedo, hay días que soy intolerante a la falta de perfección, me vuelvo por demás exigente y tirana.
Una vez quise hacer las cosas bien, me entregue perpleja a tanta buena onda y compañía, fui comprensiva y me adaptaba. Lo trataba con dulzura, quería creerle y quererle.
Tenía las manos y pies siempre calientes, un hermoso cuerpo y un corazón abierto.
Tiene la belleza de lo simple y lo irritante de la vanidad.
Su noble espíritu lo hacia saber escuchar. Sus palabras cómodas y astutas decían nada más que lo que piensa. Absolutamente todo.
Le gustaba el sexo más que a ninguno, podía hacerlo una y otra vez con la misma energía, con la misma fuerza.
Entre discusiones absurdas, criticas y unas cuantas risas, pasábamos las noches…
Pero mintió, no sobre su amor, ni sobre su entrega. Sino sobre su esencia, esa que se dice en la primera cita.


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